Ayer se cumplió justo un año del que tal vez haya sido el concierto más
especial entre los cerca de 2000 que he llevado a cabo a lo largo de mi
vida: el de la despedida de Asfalto de los escenarios.
Y sí, he realizado el trayecto que hay entre un anhelo y su materialización. No todo el mundo lo consigue, me siento afortunado. Lo he hecho a través de un camino a menudo tortuoso, hostil, pero tantas otras veces grato. Entre el punto de partida y la meta, he observado un paisaje que me ha hecho ser mejor persona, pienso.
La noche del 13 de mayo del pasado año, consciente de que cerraba un ciclo, podría decir que visualizaba mi carrera como un trayecto coherente, honroso. No pude evitar que la emoción quebrara mi voz en muchos momentos pero, mentiría si dijera que ello pesase más en mi actitud que la voluntad de querer hacerlo lo mejor posible. Es esa parte de mí que se involucra en buscar la excelencia. No es de ahora, me ha pasado de siempre. Percibo el escenario como un encuentro con quien me quiere y al que no quiero defraudar. En esos momentos siento que me debo a las expectativas y quiero que todo sea como se espera.
Entre los recuerdos de aquella noche contemplo los muchos abrazos que se repartían por los rincones de la zona de camerinos, entre unos y otros. Aquella estampa, para mí, tenía un significado especial: gracias Asfalto.